Corrían tiempos revueltos en 1925 cuando un grupo de jóvenes farmacéuticos pasó a la rebotica de la farmacia de Apolinario, en la Alameda de Colón, con el propósito de conseguir la fórmula magistral para crear un Colegio profesional en Gran Canaria que aunara también los intereses de Lanzarote, porque el único que existía estaba en Tenerife, todavía única capital del Archipiélago.
La semilla de la separación provincial había germinado, sólo quedaban dos años para la división oficial y el colectivo de los médicos de las islas orientales, que se anticipó formando su propio Colegio, se convirtió en un aliciente para los farmacéuticos. Ahora les tocaba su turno. En la rebotica intercambiaron impresiones sobre el futuro de la profesión y aclararon los trámites administrativos para emanciparse.
Para ello era necesario conseguir la Orden de Concesión en Madrid, logro que se atribuye al entonces alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Federico León y García. Con ella en mano, sólo quedaba formalizar la constitución del Colegio con una primera Junta a la que acudieron 24 farmacéuticos que, con voto secreto, designaron el primer Gobierno de la Institución.
La Presidencia recayó en Bartolomé Apolinario, Juan Mañas se convirtió en secretario, Gaspar Meléndez fue nombrado tesorero y Federico León contador, mientras Juan Puig, Agustín Olózaga y Manuel Blanco fueron designados vocales. Sin embargo, apenas se dio lectura de este resultado, el contador se levantó y espetó que “de ningún modo” aceptaría el puesto y el secretario tampoco porque se lo impedían cuestiones “de orden íntimo”.
Hasta cuatro miembros dimitieron en ese momento, lo que generó una situación difícil de salvar, por lo que “habiendo dudas sobre si debido a estas renuncias el Colegio quedaba o no constituido” se levantó la sesión y se dio cuenta al delegado del Gobierno del Rey, para que resolviera. Por suerte, dio por constituido el Colegio y, a tenor de la legislación vigente, las excusas de los que alegaban imposibilidad para ejercer su cargo fueron desestimadas.
Superado este primer escollo, la prioridad del Colegio fue elaborar un reglamento interno que le permitiera comenzar a funcionar, para lo que se tomaron como referencia los de Sevilla, Madrid, Barcelona y Tenerife. Fue una “tarea dura, de pocas noches, cuatro o cinco, y trabajando hasta la madrugada”, dejó escrito Bartolomé Apolinario.
Entre las normas de este reglamento destacaba que ;las faltas de asistencia a la Junta General no justificadas se castigaban con multas que oscilaban entre cinco y veinticinco pesetas que tenían que ser abonadas incluso por el presidente.
Estas cuestiones internas no frenaron la actividad externa del Colegio, que no lo tuvo fácil cuando comenzó a lidiar la política de precios, principal problema del sector. Algunas farmacias alteraban los importes de venta, lo que dividía a los farmacéuticos y enrareció el ambiente hasta el punto de que la Junta de Gobierno intentó dimitir en varias ocasiones más.
No obstante, los encendidos debates que se formaron por este tema y la regulación de los turnos nocturnos, festivos y dominicales, así como el horario de apertura y cierre, quedaron rápidamente resueltos con la creación del Estatuto, que más adelante sirvió como modelo para la elaboración de el de otros colegios.
El subdelegado de Farmacia del Ministerio de Sanidad controlaba las boticas, herbolarios, droguerías, especieros, medicamentos y venenos, pero sus labores fueron poco a poco asumidas por el Colegio hasta que su figura desapareció en 1933.
Los primeros años del Colegio no estuvieron exentos de sobresaltos ni de curiosidades que retratan los cambios de aquellas primeras décadas del siglo pasado, como cuando para la asamblea de la Unión Farmacéutica Nacional de 1931 se autorizó el envío de “dos cédulas para la obtención de billete de ferrocarril a precio reducido” para los compañeros de Las Palmas, a pesar de que hacía un año que existía la posibilidad de traslado en avión.
Al año de su constitución se colegió la primera mujer farmacéutica de Las Palmas, María del Pino Suárez López, quien solicitó permiso para dispensar medicamentos en Telde. A los 5 años el número de colegiados era de 37, la cuota era de 15 pesetas y se tardaron 8 en poder adquirir la primera multicopista.
El primer presidente estuvo en el cargo cinco meses y regresó tras otros cinco presidentes, hasta que en 1936 lo sucedió Vicente López Socas, quien encabezó el colectivo durante un cuarto de siglo.
A pesar de los sobresaltos, la institución ha logrado cruzar 90 años desde los días en los que los 20 gramos de tintura de yodo costaba 60 céntimos de peseta, incluido el frasco.
El Colegio cuenta hoy en día con 1200 colegiados, la multicopista ha dado paso a la entonces inimaginable Receta Electrónica, y las 19.300 pesetas de presupuesto de 1935 se han convertido con gran trabajo en 1,5 millones de euros y el voto secreto en mano alzada.
Las circunstancias, la economía, la mentalidad y en conjunto la sociedad han cambiado radicalmente, pero el espíritu de defensa de los intereses comunes se mantiene intacto.