Insectos: ¿atracción o repulsa?

Insectos: ¿atracción o repulsa?

Vacaciones escolares, meses de sofoco, calor, comidas rápidas, momentos para reunirnos en familia y con amigos que hace tiempo que no vemos, posibilidad de mayor dedicación a nuestros seres más queridos y… con el verano, la vista de muchos de los “huéspedes” no deseados en nuestro hogar: moscas, cucarachas, escarabajos… ¡Bichos! ¡Qué asco! Pequeños animales que hemos aprendido a repeler por la cultura, costumbres y una publicidad que se ha encargado, desde hace años, en instruir cómo mantenerlos alejados y cuál es el mejor insecticida para cada especie. Slogans como nacen, crecen, se reproducen y que, poco menos, finalizan con un “te ayudamos a exterminarlos”, han conseguido que nos parezcan molestos, repulsivos y generado fobias hacia unos invertebrados a los que redoblamos.

En los últimos años los veranos son más calurosos, el agua del mar está menos fría, los incendios forestales parecen sacados de películas de terror, echamos en falta las lluvias… Llegamos a un par de palabras muy de moda: calentamiento global. Pero, ¿y si nos dijeran que pasar por el consumo de insectos como aporte proteico aligeraría la carga del trípode: sostenibilidad, globalización y cambio climático, haciendo un planeta más sostenible?

Por una lado, quién no ha visitado alguna vez una granja, una piscifactoría, o aficionados pescando en las costas de nuestras islas. Todos guardamos en el recuerdo una bucólica imagen de vacas pastando, el balido de unas cabras o el rebaño de ovejas al que tenemos que dar paso si nos lo cruzamos en el campo. Pero por otro lado, quien no conoce a alguien que entra en pánico si ve una araña en una cortina, moscas posadas en alimentos o lo peor: ¡una cucaracha del tamaño de un dátil volando! Como en todo, donde unos ven contaminación, otros ven sustento. Donde unos ven un guiso, otros ven derechos de los animales. La destrucción de los bosques, la agricultura como práctica sostenible y la oferta de platos deliciosos y asequibles al consumidor y de manera abundante, enfoca al uso de insecto como ingrediente alimentario para el sustento rural como fuente proteica ante la necesidad familiar y que satisfaga las necesidades nutricionales durante todo el año y de producción sostenible a bajo costo. El caso es que el placer de comer lo aprendemos nada más nacer, y cada persona se hace adulta en un ambiente donde conforma y moldea las preferencias y los prejuicios alimentarios. Los comensales se hacen cosmopolitas en sus gustos alimentarios con el paso de los años, teniendo bien arraigadas las costumbres y sabores que en sus primeros años fueron aleccionados. De nuevo el refranero español nos recuerda que “ el comer es un placer” y que “barriga llena, corazón contento”. La especie humana está adaptada a la ingesta de cualquier ser vivo independientemente de su origen dentro del reino animal, y el cultivo de insectos provee a la población de alimento ante escasez estacional, además de ser una fuente de ingreso económico para gastos básicos que van desde alimentos, educación o inversión agrícola. ¿Tendríamos que introducirlos en la dieta en edades tempranas para normalizar su consumo en la dieta familiar?

Se ha demostrado que los insectos invaden y contaminan los productos que los seres humanos destinamos a nuestra alimentación, por ello es frecuente que se consuman de manera involuntaria, y se estima que una persona puede consumir más de medio kilo de insectos a lo largo de su vida (gorgojos molidos con el grano que está en silos, frutas y verduras con algún estado larvario, especias,…). La FDA (Food and Drug Administration)  advierte que puede haber hasta veinte huevos de mosca en un vaso de jugo de tomate, 75 trozos de insecto en 55 ml de chocolate caliente y estima que una porción de brócoli congelado puede contener hasta 60 pulgones o ácaros. Resulta imposible eliminar todos los insectos de los alimentos y no suponen un peligro de manera general para la salud. Son un alimento de rechazo para gran parte de la población y un lujo de coste prohibitivo para otro perfil de mercado que busca, en ellos, la textura crujiente en su asado o un condimento diferente en su guiso. Además se sabe que los insectos son resistentes a las inclemencias adversas con facilidad, por lo que despierta interés analizar la posibilidad de adaptación a dietas para las fuerzas armadas ante casos especiales y de emergencia.

A veces me pregunto por qué no nos atrevemos a ponerles un cartel de bienvenida a los insectos, puesto que el futuro de las proteínas tendrá que pasar por el consumo de estos si queremos tener un planeta sostenible. Igualmente, han estado presentes a lo largo de la historia como alternativa a la alimentación; bien como elección, bien de forma ocasional por necesidad (carestía, sequías, hambrunas, conflictos bélicos), pero sobre todo porque se sabe que es una fuente de alto valor nutricional y con la facilidad de cultivo  los doce meses del año. Por otro lado, la sabiduría tradicional indígena se fundirá con el conocimiento científico y con el avance tecnológico e industrial, alcanzando una producción sostenible para una alimentación segura y nutritiva, lo que brindaría nuevas oportunidades de empleo en general, pero muy espacialmente en países en desarrollo.

Este principio de siglo de amplio movimiento migratorio, infoxicado y globalizado, obliga al micro análisis de la tendencia alimentaria no común pero que garantice una alimentación sana, suficiente, equilibrada y segura, con dietas que engloben desde las más tradicionales hasta las más extravagantes.

Se debe comenzar a considerar a los insectos como un recurso valioso y poco explorado más que como una plaga o molestia, ya que tienen características beneficiosas y de valor que les dan el atractivo que gran parte de la población no aprecia como recurso alimentario y en la industria farmacéutica sostenible a gran escala, con una capacidad de cultivo que permite utilizar menos recursos terrestres, hídricos y energéticos. La cría limpia (cría de manera controlada, no salvaje) sumada al perfil nutricional de los insectos comestibles, destacando sus elevadas proporciones de proteína, son un añadido ventajoso en la técnica de cultivo industrial y la producción de grandes cantidades de proteína sostenible que satisface la creciente demanda de alimentos y productos cárnicos que permitan a productores y agricultores probar este antiguo y nuevo alimento mercancía.

 

Julia Machado.
Farmacéutica.