Más oreja que cabeza

Más oreja que cabeza

Quiero compartir con ustedes algunos de los casos ocurridos en mi farmacia, hoy de mi hijo, y empiezo con una que ocurrió un día corriente, uno de esos días que no esperas nada nuevo.
Sitúense en el patio de dispensación. Dos filas de personas esperando a ser atendidas y, como habrán observado también ustedes, mientras dispensas a uno, los de al lado ponen cara de despiste y miran para otro lado, pero la oreja la tienen puesta para enterarse de toda la conversación.
Llega el turno para un chico de unos 25 años. Con la máxima discreción y muy bajito, casi en un murmullo, me dice:
-“Un anillo vibrador”.
Me voy rápido a darle el encargo y, procurando mantener toda la discreción posible, se lo llevo incluso envuelto.
Antes de que pudiera cobrarle, una señora de cerca de 80 años (igual alguno más) clienta habitual, se me encara y en voz alta me dice:
-“Jaime: no sabía yo que tú tenías eso aquí”.
-”Pues si lo tengo”, contesté.
En ese momento toda la atención acústic ade la farmacia se concentró en la conversación.
-”Y en que te afecta a ti”, pregunte yo.
-“Pues muy sencillo”, contesta la señora, “yo también hubiese comprado alguno, o tal vez unos cuantos”.
Ya no hacía falta disimular. Los pacientes pasaron de escuchar a mirar directamente a la mujer que por edad y por estado civil (viuda), parecía no encajar e el perfil.
Ni que decir tiene que el chico fue el único que no mostró ningún interés en saber cómo iba a terminar aquello y, una vez que le di la vuelta, puso tierra de por medio.
Ya la atención del resto era completa.
-”Y tú, ¿los sabes usar?”, pregunté, “¿Cuántos usas al mes?”
-“Pues claro que los sé usar, y gasto uno cada tres días?”, respondió casi ofendida la clienta.
“¡Qué barbaridad!”, pensé, y “¡chapó para la tercera edad!”. Ya en esos momento fui a tumba abierta y le pregunté:
-”A ver, dime, ¿cómo los usas?”
Fue ahí donde la tensión dentro de la farmacia se podía tocar. Todos los presentes esperaron a que la señora respondieran, aunque tuvieran ya lo que habían venido a comprar.
-”Pues mira”, dijo, “les quito el capuchón y rayo todo lo que escribo, que es mucho. Bueno, ¿me vas vender el ¡¡¡rotulador!!!, o no? Cuando le explique para que servia el aparatito y la confusión, le faltó tiempo para abrirse paso entre las risas contenidas y marcharse avergonzada.

Jaime López Orge
Extesorero del COFLP y farmacéutico jubilado